“Por la noche lloro, durante el día peleo”. La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, habló el lunes ante un auditorio emocionado del que formaron parte, entre otros, el exjuez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, quien abrió una causa en 1996 por los crímenes de la dictadura argentina; el secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez; el actor Juan Diego Botto, hijo de un desaparecido tras el golpe de Estado de 1976, y el cantautor Joan Manuel Serrat.
“Pero tengo que darle gracias a la vida, porque es feo pasar por este mundo sin hacer nada y a mí la vida me permitió hacer algo por los demás, dejar algo”, dijo Carlotto en la residencia del embajador argentino en España, que, junto a la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y la Red Iberoamericana de Jóvenes Ana Frank, organizó un homenaje en Madrid a la madre de Laura, víctima de la dictadura cívico-militar-eclesiástica que gobernó el país entre 1976 y 1983.
En septiembre de 1977, los militares secuestraron a Laura, de 23 años. El 25 de agosto de 1979 le entregaron su cuerpo. Una chica que había convivido con ella en el campo de detención le informó de que había tenido un hijo durante el cautiverio porque, cuando se la llevaron, estaba embarazada.
Carlotto empezó entonces a reunirse con otras mujeres en su misma situación. “Al principio en casas, poniendo mucho cuidado de que no nos siguieran”, contó Estela de Carlotto en una entrevista que publica el diario español El País.
Después, buscando visibilidad para su lucha, comenzaron a acudir a la Plaza de Mayo de Buenos Aires con otras abuelas que buscaban a los hijos que la dictadura había hecho desaparecer tras asesinar a sus padres. Llevaban un pañuelo blanco en las cabezas. Las llamaban locas.
“El primer día me temblaban las piernas entre los uniformes y los caballos”. Pero no se rindieron. Este jueves se cumplen 46 años del golpe de Estado y las Madres y las Abuelas siguen buscando: “Hemos encontrado a 130 nietos. Nos faltan 300. Es imposible descansar”, dijo.
El secretario de Estado de Memoria Democrática presentó a la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, de 91 años, como “un símbolo para los demócratas españoles que combatieron al franquismo”.
“En Argentina siguen buscando desaparecidos y en España, tristemente, también. Aún yacen a miles en fosas comunes y cunetas”, añadió. Para Martínez “ahora más que nunca” es necesario hacer “pedagogía democrática” y recordar ejemplos como el de Carlotto “porque hay brotes totalitarios y neofascistas ocupando instituciones no solo en España, sino en otros países de Europa”.
Ricardo Alfonsín, embajador argentino en España, alabó su coraje: “Estela luchó por los derechos humanos en momentos en los que eso significaba enfrentar el riesgo de muerte, desaparición y tortura y lo hizo sin rencores, sin sentimientos de venganza ni de odio. Fue capaz de convertir su dolor en causa, su tragedia en una bandera”.
Mariano Jabonero, secretario general de la OEI, explicó la importancia de extender ese ejemplo e instruir a los más jóvenes en derechos humanos, “hacer un esfuerzo de gimnasia democrática”. Argentina solicitó que la ESMA, centro de torturas y asesinatos durante la dictadura, hoy museo, sea reconocida por la Unesco como patrimonio mundial de la memoria.
Ignacio Montoya Carlotto, el hijo de Laura, tocó el piano y cantó en la ceremonia. Carlotto recordó el momento en el que supo que por fin lo iba a conocer. “Me llamó la jueza María Servini de Cubría. Me habló de otras cosas y cuando pensó que estaba tranquila me dijo: ‘Lo hemos encontrado’. Pegué un salto, me abracé a ella y lloramos juntas. Luego nos encontramos, nos fuimos conociendo. Para mí es como si volviera el aura de mi hija Laura. Soy feliz”, dijo sobre su nieto recuperado, el 114.
Se llamó Ignacio Hurban hasta que en 2014 supo que la pareja que le crió en el campo, en la finca de un hombre rico, no eran sus padres biológicos y que una mujer llevaba toda su vida buscándolo.
El niño fue inscripto como si fuera hijo biológico. Al conocer sus orígenes, cuando ya había cumplido los 36 años, él cambió sus apellidos por los de sus padres biológicos, pero no su nombre de pila, Ignacio.
Laura, su madre, le había llamado Guido, como su padre, que fue secuestrado unos meses antes. Carlotto pagó un rescate por su marido y 25 días después se lo devolvieron, torturado, cambiado para siempre, pero vivo.
En otros casos, las criaturas de las víctimas de la dictadura argentina fueron a parar a casas de los verdugos, lo que complica emocionalmente los procesos. “Recuerdo un reencuentro en el despacho de un juez. Él le dijo: ‘Señora, no me pida que la quiera porque no la conozco’. Ella le respondió: ‘Yo te quiero mucho y te voy a esperar’. La segunda vez que los vi, meses después, gracias a la ayuda de nuestros psicólogos, el nieto abrazaba a su abuela. Y ese abrazo nos daba fuerza a todas”.
CGP
Foto: Inma Flores/El País